Artículo escrito por Magda Nadal, escritora creativa y participante en Pueblos Remotos Fuencaliente 2022.
Primera parte: la Villa
En cuanto me llamaron para encargarme de este caso de desaparición de una persona en el remoto pueblo de Villarejo de Salvanés, supe que me encontraba ante el caso más enigmático y complicado de mi carrera profesional.
Mientras Watson conducía, yo revisaba el perfil de los sospechosos, intentando encontrar una manera de agruparlos para así ir rodeando al culpable, o culpables.
Al comparar su edad, lugar de origen, formación y ocupación, solo un pensamiento me atormentaba: ¿Qué oscuro propósito había reunido en ese recóndito lugar de la Meseta a un grupo de personas tan variopinto? ¿Podría tratarse de una hermandad secreta, o dicho de otro modo, una secta? Y si era así, ¿de qué tipo? ¿suicida? ¿sexual? ¿suicida, pero antes ya si eso sexual?
Llegamos a la Villa de Salvanés una mañana de lunes en la que una helada capa de niebla de finales de marzo tapaba el sol, debíamos conocer el lugar de los hechos.
Reuní en el comedor de la casa donde se alojaban desde el viernes, a todos los que habían compartido la estancia ese fin de semana, eran doce más la persona desaparecida, que era una dama.
La mayoría de invitados eran residentes en las Islas Canarias, entre ellos la desaparecida, así que separé a este grupo del resto, eran siete.
Los demás, cinco concretamente, vivían en la Península Ibérica, incluido el oriundo de Villarejo: el Sr. Gonzalo Fernández, un rico heredero conocido y admirado por sus conciudadanos.
Podría haber hecho los grupos según otros criterios, pero resultaba más complicado, porque había tres personas que se consideraban los organizadores de éste y otros encuentros (¿Los sacerdotes de la organización, quizás?), eran conocidas por todos y podrían ser los principales sospechosos: la encantadora Srta. Elsa R., joven empresaria que se veía muy afectada, su socio, Carlos J., que mantenía pese a las circunstancias su tono jovial, y el inquietante aristócrata, Gonzalo F., que parecía negarse a aceptar lo ocurrido.
Según me explicaron, la mayoría del resto de participantes se habían conocido durante la noche del viernes, en la cena de bienvenida en el restaurante local conocido como Casa Pichi. Pasaría a interrogar al servicio de ese restaurante más tarde, hacia el mediodía…
Al hablar con cada uno de los sospechosos sobre los lugares por los que se habían movido durante el fin de semana, me sorprendió comprobar que no habían salido del pueblo, más que para ir a dar un paseo por los alrededores. Tenían una agenda llena de actividades para los dos días, que les dejaba poco tiempo para la improvisación: visita a la cooperativa Pósito, con cata de aceite, comida, cena con cata de vinos locales y, al día siguiente, visita a los sitios de interés cultural de la Villa: la Torre del Homenaje y la casa conocida como La Tercia. Había muchos sitios a donde ir a buscar más pistas, pero para empezar era mejor centrarse en la casa.
Segunda parte: la Casa
Las habitaciones y baños de la casa estaban repartidos en dos plantas, de manera que cinco personas dormían en tres habitaciones, abajo, y ocho dormían arriba. La desaparecida se alojaba en una habitación individual, y nadie notó, ni oyó, nada durante la noche del sábado, su cama estaba perfectamente hecha el domingo por la mañana y su equipaje no estaba allí, como si nadie hubiera ocupado esa habitación.
Watson se encargó de revisar la cocina, y comprobó que ésta estaba bien surtida de alcohol, quesos y otros ricos manjares de la zona. Me informó sobre una bandeja de torrijas caseras que le había llamado la atención, y le dije que la requisaríamos para comprobar que no se hubieran usado los dulces para narcotizar, o envenenar, a la pobre chica desaparecida…
¿Dónde se había llevado a cabo la desaparición? ¿En el jardín, en el dormitorio…en la biblioteca, quizás?
Al discutir con Watson sobre esta cuestión, él parecía tener algo muy claro, y así me lo hizo saber:
– No quisiera parecer presuntuoso, señor, es usted la eminencia del método deductivo, pero yo creo que también sé aplicarlo, y, en este caso, no veo muy probable que la desaparición tuviera lugar en la biblioteca, si me permite el atrevimiento…
– ¿Cómo es eso Watson?, ¿Me desafías? Escuchemos, pues, tu razonamiento, ya que estás tan seguro de poder confirmarlo…
– Creo que, fuera lo que fuera lo que le pasó a esta chica antes de desaparecer, no pudo tener lugar en la biblioteca, puesto que en esta casa no hay biblioteca.
Después de esta gran deducción de Watson, recuperamos las entrevistas con los sospechosos…
Según me contaron, el sábado por la noche hubo un momento de proyección de un audiovisual de autor de contenido al parecer subversivo y altamente perjudicial para las mentes jóvenes, durante el cual se apagaron las luces, y fue al volverlas a encender cuando echaron de menos a la chica desaparecida.
Tercera parte: sin conclusiones
Ante la falta de indicios incriminatorios de los presentes, no me ha quedado más remedio que confinar a todos ellos en la casa, hasta que aparezca el culpable, cosa que no ha alarmado a ninguno de ellos, al parecer no tienen obligaciones laborales, ni familiares urgentes.
Si al acabar de leer este relato, alguien, aunque sea de manera anónima, puede añadir más información y/o detalles sobre la mujer desaparecida y su paradero, se gratificará a esta persona piadosa con el equivalente de su peso en aceite, manera de proceder habitual entre los lugareños de este rincón remoto de la Meseta.
En Villarejo de Salvanés, a 3 de abril de ?