Post escrito por Lucía Retuerto Larumbe
Llevaba catorce meses teletrabajando, cuando me apunté al programa piloto de Pueblos Remotos. Pasé de una gran urbe a un ecosistema completamente diferente.
El destino de esta primera edición fue Icod de los Vinos en Tenerife. Allí nos reunimos diez desconocidos que compartíamos la forma de trabajo en remoto y la ilusión por conocer nuevas realidades.
Después de la jornada laboral comenzaba la aventura. Las actividades y retos estaban enfocados a descubrir el entorno. Los organizadores y un grupo de seis emprendedores locales nos guiaban en este viaje.
Toñi, Victor, Juan, Natalia, Kay y Gustavo nos acogieron con mucho cariño. Ellos también estaban dispuestos a escuchar y querían aprender de la experiencia. Ha sido maravilloso conocer a personas que sienten auténtica pasión por su trabajo y apuestan por el desarrollo rural sostenible. Nos contagiaron su ilusión y en el ambiente se generó una energía a raíz de la cual surgieron algunas colaboraciones.
No era la primera vez que visitaba la isla pero a través de esta fórmula colaborativa aprendí a fijarme en los paisajes, redescubrí la gastronomía local, entendí mejor la economía y la ruralidad canaria. Me gustan este tipo de viajes en los que vas hilando y aprendiendo a tu ritmo a medida que te relacionas con el entorno.
Llegué al momento de mayor elevación de esta experiencia de 21 días mientras merendaba un barraquito (café dos leches y cáscara de naranja) y pensé que podría vivir allí. Otro compañero, Raúl, después de una comida en el auténtico restaurante La Barca, aventuró que en ese momento lo que le apetecía era compaginar su trabajo como director de proyectos con un año en Icod escribiendo un libro sobre los personajes que estaba conociendo.
Es ese punto de fantasía que se da cuando has conseguido fundirte con el viaje.
Lucía Retuerto, autora del post, participando en la actividad de elaboración de semilleros en Finca La Costa
Pasaron varios días desde que llegamos hasta que descubrimos las imponentes vistas del Teide. Porque casi siempre amanecía nublado como en el libro ‘Panza de Burro’ de Andrea Abreu, “pero todo el mundo sabía que detrás de las nubes vivía un gigante de 3718 metros que podía pegarnos fuego si quería”.
Decía Diana Vreeland que es imprescindible que el ojo viaje y esta afirmación ha cobrado para mí especial sentido después del confinamiento. Pasar de mirar por una ventana en la ciudad y no ver el horizonte, a una experiencia repleta de sonidos y sensaciones diferentes, inspiración y nuevos referentes.
Icod es uno de los muchos pueblos españoles que están llenos de anécdotas y pequeños detalles. No se trata de destinos de consumo rápido, son impredecibles y esconden la fuerza y el arraigo en la tierra.
En este tipo de lugares cercanos es donde empiezan los mejores viajes.